La vida está llena de sabores. Sabores dulces, salados, amargos... sabores.
Por eso, saborea la vida. No, mejor aún, saborea cada día, cada hora y cada momento de tu vida. Saca el jugo de cada instante, del perfecto y del imperfecto. Saborea lo bueno, saborea lo malo, saboréate. Saborea el ahora y no anticipes el mañana.
Saborea la quietud. Saborea el silencio de madrugada y los matices de una conversación. Saborea desde el primer sorbo de café, hasta el último pensamiento del día. Saborea la consciencia y la inconsciencia. El amor y el perdón. El fuego del verano y el hielo del invierno. La alegría y la tristeza. La pasión y la ira. La luz y la sombra. El sol y la luna. Porque nunca nada dura por siempre, ni dura por nada. Hoy puede que esté muy amargo, quizá mañana sepa mejor.
Saborea el miedo y déjalo libre. Saborea el amor y atrápalo.
Luego están los sabores agridulces, de esos que si sí, que si no. De quiero y no puedo, o puedo y no quiero. Cuando es todo y luego nada. De esos en los que estás a punto de meter un gol y pitan el final del partido. Donde el placer se tiñe de amargor. Amores que empiezan en caricias y acaban en lágrimas. Instantes en que lo darías todo, y al minuto no darías nada. Momentos en que la vida te regala y al segundo eres tú la que le suplicas. Instantes que te destruyen en mil pedacitos por dentro y te unen por fuera.
Saborea el mundo, pero sobretodo tu mundo.